top of page

UNA NOCHE CUALQUIERA

 

 

Para Joe, su trabajo puede llegar a ser en ocasiones tedioso y rutinario, y es en la sumisión de su letal labor, cuando siente la necesidad irrefrenable de hacer un paréntesis en su ocupación, y poder así, saciar sus instintos más terrenales.
Desde hace siglos padece esta sensación, y desde entonces conoce de los vicios que satisfacen su ansiedad.
En ocasiones, y para saciar sus propias carencias, Joe decide apoderarse de un cuerpo, un cuerpo al que previamente arrebatará la vida, le despojará de su alma y ocupará después para hacer uso de su anatomía como mero instrumento para satisfacer sus propios excesos.

Todo comienza una noche de otoño, cuando el señor Moore, da fin, desde su fastuoso sillón de su despacho, a algunos de los detalles de su última y seguramente más brillante operación: la compra y adquisición, por parte de la entidad que gestiona, de una de las más importantes compañías farmacéuticas del país. Es muy probable que tras esta operación el Sr. Moore llegue a la cumbre de su carrera profesional, coronándose como una de las mayores celebridades de la banca.

Pero de manera súbita, una fortísima sacudida en la parte occipital de su cerebro, provoca un derrame que le fulmina y hace que su cuerpo ahora inerte, se desplome sobre el suelo enmoquetado de su despacho.
Es el fin de lo que hasta ahora había sido 22 años de vertiginosa carrera profesional, de una de las mentes más prodigiosas en el manejo de capitales. Seguramente el Sr. Moore lo hubiera dado todo por haber tenido la oportunidad de despedirse por vez última de sus adorables dos hijas y mujer. Pero Joe no atiende a los sentimientos.

Esa misma noche Joe sale ataviado con su nueva imagen, con la sólida pretensión de dar rienda suelta a sus lógicas tensiones acumuladas. Para ello, se dirige al barrio chino de la ciudad.
En su camino se cruza con una incombustible prostituta que se resiste acabar la jornada laboral, en espera de algún rezagado de última hora. Marley era una mujer de tez cremosa y ojos púrpura. Llevaba un abrigo de piel vuelta que llegaba hasta los pies, y que dejaba entrever lo que cualquier otra mujer habría reservado para el momento más íntimo con el hombre merecedor de tal deleite.

Joe no quería seguir buscando más oferta, estaba decidido a echar toda la carne al asador con aquella increíble mujer que le había provocado una admiración sin límite.

-Hola vaquero, creo que deseas “cubrirme” de gloria en esta fría noche.- rompió el hielo Marley.

-Dame algún motivo aparente que te haya llevado a esa conclusión, muñeca.- especuló Joe.

-Como comprenderás un hombre que pasea solitario en esta zona y a estas horas de la madrugada, no creo que ande buscando un videoclub- inquirió ella.

-Entonces, creo que sólo de tu profesionalidad dependa que mi mecha se encienda.-

-Por dios que efusividad. Me gusta tu estilo, ese sombrero negro…te da un aire misterioso. ¿Cómo te llamas?-

-Joe…Joe Burton. pero esta noche soy el Sr. Moore, aunque creo que eso ahora no importa.-

-Tranquilo sr. Mr. Moore, no eres el único que quiere pensar que no es uno mismo para atenuar su sentimIento de culpabilidad por adulterio, ¿me equivoco?-

-Quizás…como tu muy bien ignoras.-

La realidad es que Joe ansiaba poder disfrutar en ese mismo momento de aquellas sinuosas y perfectas curvas y de aquellos turgentes y deliciosos pechos.

En ese momento, aquella musa de las artes amatorias, sacó de su bolso de cachemir un racimo de llaves, y mostrándoselas a aquel desconocido, tomó la delantera camino a una cercano y antihigiénico motel llamado “Louise”.

Ya en el apartamento….:

-OH, si… mas fuerte, sigue Frank… dámelo todo…eres increíble… insaciable…- gritaba ella entre gemidos.

-Disfrútalo nena… como si ésta fuera tu última noche.-sentenció Joe.


Pero aquella alma cándida no tardaría en experimentar algo fuera de lo común. Un gélido frío interior comenzó a helar sus entrañas, como si una mano congelada removiera violentamente todas sus vísceras. El frío intenso empezó a recorrer todo su cuerpo, propagándose por todas y cada una de sus venas, apagando lenta y dulcemente su efímera y perra vida.
Jubilada Marley para siempre de su labor en las calles, Joe había conseguido liberar toda su tensión acumulada durante un largo período y había depositado en aquella mujer el veneno mortífero de su verdadera identidad.
Abandonó la pensión y se dirigió a la primera taberna que encontró a su paso para humedecer de Bourbon su ahora seca garganta, dejando atrás el cuerpo inerte de Marley en el catre de aquel pequeño cuarto.
Joe permaneció allí el tiempo necesario para consumar su estado pleno de embriaguez, antes de desocupar para siempre el cuerpo etílico del Sr. Moore, que abandonó postrado, con la cabeza apoyada sobre la barra de aquel sórdido antro.

FIN

FULL DE OCHOS

Volvió a rellenar el vaso de bourbon. Después dejó la botella sobre la mesilla y cogió la baraja para mezclar…dobles parejas.

Se levantó, apago la luz y salió a la terraza. El aire fresco le ayudó a oxigenar su ahora nuevo cuerpo y a despejar de recuerdos anteriores su nueva mente. Desde arriba se divisaba un magnifico panorama de la ciudad. Era medianoche de un sábado.
Podría pasar horas enteras observando, sumido en una profunda concentración, viendo a la gente pasar por la calle siete plantas más abajo.

Bajo la luz de las farolas, vio pasar una pareja de enamorados, cogidos de la mano.
Él, vestido con americana oscura, iba susurrándola al oído, posiblemente hechizándola con palabras de amor. Ella, notablemente seducida se aferraba a su pecho.
Luego jugueteaban y se daban algún que otro golpe de cadera mientras caminaban.
Cada
5 metros se paraban para besarse.
El la recogía el pelo, la acariciaba la cara, entrecerraba lo ojos, y mediante un beso se anticipaban lo que después vendría en el dormitorio.
El vestido satén de color perla de ella, indicaba que venían de pasar una inolvidable velada de fiesta.

Continuó observando, y esta vez su atención recayó sobre una anciana que había salido a pasear con su perra llamada Lisa.
La anciana llevaba una falda y una camisa negras, a juego con sus zapatillas, un luto riguroso.
La perra ladró un par de veces a un gato negro que pasó como un relámpago cruzándose ante ellos. No tardaron en alejarse.

Al rato apareció una chica rubia haciendo footing, con unas mayas ajustadas de color blanco, a juego con el mini top que llevaba, que realzaba su figura.
A través de su top se adivinaban unos turgentes senos, bastante firmes, con pezones erectos y prolongados. Se deducía por su físico que hacía ejercicio asiduamente.
Un capricho de la naturaleza esculpido con la actividad física.

Respiró hondo y su dedo acarició el gatillo hasta que un sonido seco perforó la noche.
La bala del 22 entró limpiamente entre las dos costillas y atravesó el corazón con precisión de cirujano. La chica avanzó unos metros hasta que su cuerpo sin vida cayó al suelo.

Encendió un cigarrillo, y exhaló el humo mientras se acertaba oír en el fragor de la gran ciudad las sirenas de una ambulancia que se acercaba.
El top blanco se tornaba rápidamente en rojo con la sangre que brotaba, todavía caliente. Los servicios de emergencia no pudieron más que certificar su muerte.

Pero mientras los sanitarios aguardaban la llegada de la policía, una chica que se aproximaba hacia ellos hablando por su móvil alzó la mirada hacia la terraza. Después se paró junto a ellos, les dijo algo y señaló su posición. No fue capaz de leer sus labios. Pero eso ahora daba igual.
El mismo sonido seco y el mismo impacto con los mismos resultados.
Los dos médicos subieron rápidamente a la ambulancia y huyeron despavoridos.

Joe había vuelto acertar en el blanco.
Con serenidad pasmosa, golpeó suavemente su cigarrillo para desprenderle la ceniza, guardó su rifle del 22 en su funda de piel y entró en la habitación del hotel.

Guardó el rifle bajo la cama, cogió la baraja para mezclar mientras un trago de bourbon rasgaba su garganta…full de ochos, el momento de volver.
Dejarse caer desde la séptima planta parecía la mejor opción para abandonar aquel cuerpo y regresar al lado oscuro.
¿A quien no le gusta volar?

Supongo que todo mortal lo ha soñado alguna vez.





FIN

De las habitaciones surgía un hedor a muerte claramente perceptible para quién como él, había cruzado cientos de veces aquellas puertas para decidir el momento de cada cual.

Aquellos pasillos silenciosos y casi en penumbra parecían que tan sólo les faltase los cipreses y las lápidas para convertirse en la prolongación de un cementerio.

Era la unidad de quemados del Hospital Livingstone.

Como en tantas otras ocasiones Joe hacía su rondín por los pasillos insensible al sufrimiento ajeno, apagando aleatoriamente la existencia de aquellos que luchaban por salir de una pesadilla de dolor y amargura.

Pero para esta ocasión había maquinado un plan que amenizaría su estancia.
Una original idea que haría que ese día fuera diferente a otros.

Durante su flemático caminar pudo observar como un paciente de la planta de traumatología salía de su habitación ayudado por una muleta.
Sería el elegido ese día para ocupar su cuerpo. Aquel hombre pudo sentir el frío de su presencia, un instante después pudo ver como una negra figura esquelética se arrastraba lentamente hacia él...
Fue su última visión en vida.

El Dr. Kane era uno de los médicos encargados de la Unidad, su labor se limitaba esencialmente al seguimiento de los quemados masivos.
Aborrecía aquel lugar, pero tenía plena consciencia de que era la forma de vida que había elegido. Su absoluta dedicación se debía a la mejor atención posible de aquellos infelices que se le habían confiado para salvar o en su caso prolongar la vida lo máximo posible.

Para muchas de aquellas personas que pronto lucirían una mortaja, la bata blanca del doctor Kane era considerada como una especie de sudario de la esperanza, en el absurdo convencimiento de que mientras el doctor acudiera a visitarles no todo estaba definitivamente perdido.

Esa noche el doctor había decidido prolongar su jornada para estudiar minuciosamente los informes de evolución de dos recientes ingresos, pero algo distrajo su atención...
En el umbral de la puerta había hecho sorpresivamente su aparición un hombre calado con un sombrero negro que inquirió con impávida expresión:
-¿Dr. Kane?
-El que viste y calza. ¿Quién es usted?- Preguntó sin pausa el doctor.
-Me llamo Joe Burton y quisiera hablar con usted en privado-.
Aquel individuo irradiaba misterio por si mismo con su mirada fría y voz solemne.
- ¿Tenía concertada conmigo alguna consulta?-.
Pregunto el doctor mientras observaba desconcertado aquel intruso.
-Lo cierto es que no. De momento no me puedo quejar, siempre he gozado de una espléndida salud. Podría decir que los años no han pasado por mí.
Le sorprendería si me preguntara la edad que tengo-.

El doctor Kane volviendo su mirada hacía los informes y un tanto irritado por la interrupción en su trabajo replicó en tono imperativo:
-Oiga, no dispongo de mucho tiempo, si es usted agente comercial debo decirle que ayer mismo encargué un pedido con todo lo que necesitaba, le agradecería que viniera en otro momento.
Deje sobre esa mesa las muestras y su tarjeta. Luego más tarde le echaré un vistazo-.
-Creo que se equivoca doctor, no he venido aquí para traerle nada-.Contestó categóricamente.
Crispado por tanto misterio el doctor volvió a dirigir su atención hacia aquel individuo:
-Entonces, dígame ¿a qué se debe tan inesperada visita?-
-Verá doctor, hace tiempo que vengo por este hospital para llevar a cabo mi labor,y me preguntaba si podría llegar con usted a un lúdico acuerdo-.
-¡Ah, sí!, ¡con que un lúdico acuerdo! Que interesante y… ¿que labor dice que lleva a cabo aquí? No recuerdo haberle visto anteriormente-.
Espetó con gesto ambiguo entre la provocación y el sarcasmo.
-Tampoco yo recuerdo habérselo dicho- .
Sentenció borrando súbitamente la sonrisa jocosa del facultativo.
-Pero todo a su tiempo doctor, ahora por su propio bien debería escuchar lo que le he venido a proponer-. Añadió.

El doctor esbozó un claro gesto amargo e inquirió con evidente malhumor:
-Oiga, no tengo intención de perder mas el tiempo. Así que vuelva por donde ha venido y la próxima vez pida cita previa cuando tenga algún problema de salud-.
-Le aseguro que no le conviene que me enfade, así que le aconsejo que se relaje e intente ser más amable conmigo-. Le advirtió aquel extraño.
-¿A que viene esto? Pero, ¿quien coño se cree que es? No pienso permitir que un desconocido entre en mi despacho y me amenace gratuitamente. Fuera de aquí o llamaréa seguridad-.
-Se refiere al bueno de Clark, esa bola de sebo con cara de vaca pastando y que pasa el tiempo cebándose de chocolatinas.
Olvídelo. Hace un momento, cuando su enfermera favorita le estaba reanimando vocalmente su entrepierna, su corazón ha entrado en parada cardiaca y no se ha podido hacer nada por él. Lástima, aunque me consta que pocos lamentaran su desgracia-.
-¿Pero qué bobadas esta diciendo? … Valiente hijo de puta, Clark nunca ha tenido problemas cardíacos, yo mismo le hice un reconocimiento hace unas semanas, y le puedo garantizar que a ese hombre le funciona el corazón con la precisión de un reloj suizo, y ahora váyase y déjeme en paz de una vez-.
-Si no me cree, quizás lo mejor sería que usted mismo lo comprobara con sus propios ojos. Asómese por la ventana y dirija su atención hacia la puerta de la caseta que utiliza el personal de limpieza-.

El doctor con un suspicaz gesto se acercó hacia la ventana y apoyó las manos en el alféizar, atisbó la puerta del pequeño anexo al hospital que servía de almacén para los carros y útiles de limpieza y pudo observar como en ese momento dos celadores sacaban el cuerpo sin vida de aquel engullidor de chocolatinas con los pantalones aún bajados, mientras la pobre Bety sollozaba hiperventilada sobre el pecho de otra compañera.

Tardó en girarse, pero cuando por fin lo hizo, su rostro se mostró absorto y desencajado.
-No…no es posible. ¡Será hijo de puta! …¿Intenta burlarse de mi? Le había visto muerto antes de subir a verme.- Afirmó.

-¿Cree que puede impresionarme? Pues créame, no lo ha conseguido. Y ahora ¡largo!-.
-Observe con atención la maceta de su ventana-. Insistió de nuevo Joe con tono imponente.
En ese momento los magníficos tulipanes Rembrandt que adornaban el despacho del doctor, y que resultaban ser el único detalle cromático y de vida de aquel lugar comenzaron asombrosamente a marchitarse, como si se tratara de un documental de naturaleza en el que el tiempo del vídeo, se comprime para poder apreciar mejor los movimientos imperceptibles por el ojo humano, los tallos comenzaron a curvarse vertiginosamente a la vez que sus hojas y flores se oscurecían hasta extinguir todo indicio de vida.
-¿Que se ha propuesto? Valiente bastardo, hijo de mala madre ¿qué broma es está?
Donde está la puta cámara escondida-.
-Le aseguro que es bastante mas serio de lo que piensa. Pero no tengo reparos envolver a demostrarle de lo que soy capaz.
Podría contarle con pelos y señales como murió su esposa, aquella noche cuando se dirigía a casa y un coche a toda velocidad pilotado por un estúpido borracho la arroyó y la lanzó contra un panel luminoso donde quedó electrocutada y carbonizada.
Después, en una macabra escena, aún quedaron neones que iluminaban el interior de su laxo cuerpo.
Por cierto, recuerdo que el panel anunciaba casualmente los servicios de una compañía funeraria. O cuando murió su madre, en la soledad de su casa por una embolia, cuando usted entonces se encontraba a miles de kilómetros en un aburrido congreso de medicina moderna.
Sólo unos minutos antes habían mantenido una conversación con ella en la cual le pidió por favor que volviera con ella por que se encontraba muy sola y tenía miedo.
Y que desde entonces, se arrepiente todos los días de haber perdido la oportunidad de haber cumplido con su último deseo.

-No, por Dios. ¡Basta! ¡Basta!…Basta-se lamentó el doctor, decreciendo poco a poco el tono de su voz, como si su vida se apagara.
-¿Sabe ya quien soy? Aguardó un instante, el necesario para asegurarse que estaba despierto y que todo aquello no era una pesadilla. -Usted…usted… usted es…es…
-El mismo, y lo tiene delante de sus propias narices.
Limítese a aceptar la realidad simple y llana. Podría haberme presentado con túnica negra y guadaña, como siempre me ha representado la humanidad, pero no es mi estilo.

Todos saben que tarde o temprano vendré a llevarlos, pero nadie sabe realmente quien soy. Ahora quiero que me preste atención: la razón de mi visita es tan sencilla como proponerle que juegue una partida de póker conmigo.
Para mí este juego simboliza la simpleza misma de la vida y mi deseo es retarme con alguien de carne y hueso. Lo haremos apostando algo razonable en su situación.
Si yo pierdo, usted tendrá la oportunidad de resarcirse con su madre, le daré la oportunidad de verla por última vez, y algo mejor todavía, tendrá la oportunidad de recuperar a su mujer, como si nada de lo que sucedió aquel día hubiese ocurrido-.

El doctor intentó con gran esfuerzo dar crédito a lo que le estaba sucediendo.
Las palabras de aquel hombre parecían tener el poder de la hipnotización y el don de la sugestión.

Desde el accidente de su mujer su vida había dejado de tener sentido,algo que aquel extraño parecía haber percibido.
Y ahora aquel ser le ofrecía la oportunidad de cambiar su propio pasado y no sólo eso, si no lo más importante para él, le ofrecía la oportunidad de que su amada mujer volviese a la vida como si nada hubiese ocurrido.

Pero la preguntaba mas importante estaba aún en el tintero y con un claro gesto de desconfianza el doctor la formuló:
-¿Qué ocurrirá si yo pierdo?
-Como podrá comprender, mi presencia aquí conlleva que alguien salga mal parado.
En esta ocasión, mi radio de acción afectará a todos los enfermos de su sección. Así que de esta manera se me ocurre, que sus infelices desechos humanos sean sus fichas de apuesta.
Pasaran a engrosar mi lista negra tantos como fichas pierda.
Considérelo meros daños colaterales del juego.
-¡No, por el amor de Dios, ellos no!-. Suplicó el doctor.
Pero un instante después él mismo comprendió que aceptar era la única opción posible, no había posibilidad alguna de negociar con una criatura que parecía desconocer por completo la piedad y la compasión humana, definitivamente el control de la situación estaba totalmentedel lado de aquel extraño.

Después de un breve silencio y con un mudo gestó el doctor asintió con la cabeza.
Joe dio por válido el gesto, sacó una baraja del bolsillo derecho de su chaqueta, y comenzó a mezclar.
Un escalofrío recorrió todos y cada uno de los poros de la piel del doctor.
Todo estaba dispuesto para que la situación más difícil a la que debería enfrentarse diera comienzo.

Joe dejó claro desde el principio las pautas del juego:
-Son las 22:45, la partida acabará a media noche si antes no logra llevarme una mano, en ese caso acabará la timba y recibirá su premio.
La postura mínima será una ficha y las que queden en la mesa sin apuesta se jugarán en la siguiente mano-.
Eso significaba que en cada mano habría que jugarse como mínimo la vida de uno de sus pacientes.
El doctor alzó la mirada hacia el reloj de pared y una gota de sudor frío recorrió precipitadamente su sien.
Recogió sus cartas, cerró los ojos y las desplegó en forma de abanico, lentamente los fue entreabriendo… trío de dieces. Sin duda una buena mano, con el descarte había posibilidades de agarrar incluso un póker.
En otra situación no hubiera tenido ninguna duda en desplazar una segunda ficha hacia el centro de la mesa, pero en esta ocasión se trataba de una ficha con el valor de una vida humana.
Por el contrario era necesario apostar para acabar con aquella pesadilla, y quién sabe, quizás conseguir volver a dar sentido a su propia existencia.
-Voy-. Masculló el monosílabo el doctor a la vez que deslizaba una segunda ficha al centro de la mesa.
-Estoy servido-. Replicó Joe sin tan siquiera recoger las cartas. Después observó fijamente al doctor.
Tras el descarte el doctor Kane recogió sus dos cartas y volvió a cerrar los ojos.
Al abrirlos pudo ver como se desvanecía la posibilidad de póker, una jota y un ocho.
En ese momento sobre la mesa se jugaba con dos vidas.
Llegó el momento de descubrir las cartas. Joe desplegó sobre el tapete dobles parejas de jotas y ochos y dejó bocabajo la restante. El doctor dejó sobre la mesa su jugada y apretó sus puños, sabía que sólo una jota u ocho podría desbancarle, y él tenía una de cada.
Joe con un gesto invitó al doctor a voltear la carta solitaria.
-No hubo suerte doctor-. Espetó Joe.
El doctor absorto y con la carta aferrada en su mano, fijo su mirada sobre aquella fatídica tercera jota.
Dos fichas perdidas,dos almas cándidas atravesaban la luz y se precipitaban hacia el abismo.
Para las once y veinticinco minutos, media planta de la sección de quemados masivos yacía fiambre.
Para entonces un mal presentimiento comenzó a inquietar al doctor.

Ese presentimiento contestaba a las preguntas que se había hecho desde el comienzo de la partida:
¿Desde cuando la Muerte se dedicaba a hacer el bien por alguien?
Y mas aún
¿Desde cuándo la Muerte tenía la facultad de recobrar vidas?
Si su fin existencial es incompatible con la vida
¿Cómo es que la Muerte me da la oportunidad recuperar a mi esposa?
¿Por qué motivo haría una excepción conmigo?
Nada de aquello tenía sentido, la idea de retroceder en el pasado o recobrar la vida de su esposa fallecida, cada vez tenía menos credibilidad.
Pensando que aquel ser era quien era, no podía creer que pudiera actuar bien en ninguna ocasión.
Hasta ahora sólo había dejado claro su capacidad de devorar la vida, pero no la de devolverla,mostrando a todas luces cual era su única labor.
¿Qué sabía él de las capacidades de doctor aquel ser maligno?
Quizás todo solamente conllevaría a una lúdica matanza sumada al gozo de ver el sufrimiento del doctor reflejado en su rostro.
-Necesito ir al lavabo-. Interrumpió el doctor.

Joe hizo un ligero gesto con la cabeza hacia el lado donde se encontraba la puerta del baño.
El doctor lo interpretó como “autorizado”.
Pero inmediatamente después y justo cuando éste pasaba a su altura retiró la chaqueta hacia atrás mostrándole a modo de advertencia la cacha de nácar de uno de sus revólveres Smith and Webson.

Unos instantes después el doctor regresó para tomar de nuevo su asiento.
Joe encontró a su amigo notablemente mas sereno y tranquilo. Quizás la visita al escusado le había valido para templar un tanto los nervios. Pero un momento después el rostro del doctor comenzó a palidecer como si la sangre le hubiera dejado de fluir.
Paralelamente sus parpados comenzaron a dejarse caer poco a poco sucumbiendo ante la fuerza de la gravedad, como si la partida hubiera dejado de tener interés para el.
Joe dejo de oler su miedo y esto le preocupó.

-Bueno mortal, ¿es que ya no valora la vida de sus iguales?, o es que quizás ya ha dejado de valorar la suya propia por completo.
Más vale que se concentre por que usted es responsable de lo que suceda y le advierto que me irrita sobremanera que mi rival no muestre interés en el juego-.
No hubo réplica por parte de su opositor. El silencio se hizo en todo el habitáculo y el doctor agachó lentamente la cabeza hasta dejarla apoyada sobre la mesa.
Joe entonces frunció el ceño por primera vez desde que había conocido al doctor Kane.
-Maldito matasanos, ¿que mierda te pasa?-.
Joe salió corriendo hacia el lavabo.

Allí encontró sobre la tapa del water una jeringa usada y un pequeño frasco de insulina vacío.
-Que coño…?¡Gusano hijo de puta! Joe buscó desesperadamente el antídoto por todas las repisas y armarios de cristal del doctor, arrojando violentamente todo lo que sele ponía por delante.
La sola idea de que el doctor decidiera el momento de su muerte aumentaba vertiginosamente el estado de furia de Joe.

-Dime maldito hijo de puta, ¿Dónde lo guardas? El doctor, a punto de perder la consciencia, y en un último esfuerzo levantó la cabeza separando la boca unos centímetros de la mesa y añadió:
-Si buscas la glucosa…debo decirte que ese era unos de los específicos que había pedido al último comercial de fármacos…lo siento…olvide mencionártelo… tampoco busques dulces…odio el azúcar-.

El seco ruido del golpe de la frente del doctor contra la mesa señaló el momento de su muerte. Marvel Kane había decido unilateralmente poner fin a su vida.
Había urdido, con la habilidad conferida por su propia experiencia como profesional de la medicina, la manera de suicidarse en las propias narices de la Muerte.
Atada de pies y manos la Santísima ahora ardía mortíferamente en cólera.

Aquella noche fue larga para los bomberos de todo el condado, el Hospital Levingstone y sus anexos ardieron en llamas durante horas, con todos sus enfermos y personal de servicio dentro. No se pudo registrar ningún superviviente.

La vehemente crueldad de Joe se puso de manifiesto en su máxima magnitud, utilizando para ello la misma fuerza natural que provoca en los humanos las fatales consecuencias contra las que el doctor Kane había luchado durante toda su vida.

           

                                                                                            FIN



UNA VISITA INESPERADA

Episodio dedicado a: Manuel Moreno, Juan Carlos Flores, Marisa Coello, Leo Ciprian y MariCarmen Telo.

Episodio dedicado a: Alicia Carracedo, Yolanda del Pino e Ynro Carbajal

Episodio dedicado a: Gaby Silva Pérez

bottom of page